
Todas las cosas que Dios permite que acontezcan en nuestra vida, es porque nos ama, y ocurren para nuestro bien. Las cosas y personas que más amamos, no necesariamente son las que más nos convienen, y aunque cause dolor perderlas, a posteriori entenderemos la razón de su ocurrencia, lo cual permite el paso libre para recibir lo que realmente merecemos y nos conviene, según la voluntad de Dios.
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